
El Libro que te gustaría que tus padres hubieran leído (y que tus hijos agradecerán que leas tu)

Encuentra buenos consejos para padres basados en la psicología.
Incluso si nunca has educado a un niño, todos tenemos experiencia con el proceso de educación, ya que hemos sido todos niños: es posible que recuerdes un momento de tu niñez en que tu opinión fue rechazada o ignorada por los adultos, dejándote con una sensación de sentirte herido y solo. Y como padre, es posible que recuerdes el mismo incidente como trivial, o como un momento en que tu hijo estaba particularmente frustrado. Ninguno de estos puntos de vista es inválido, solo proceden de diferentes perspectivas.
Tal diferencia de perspectiva es uno de los temas que aborda nuestra autora de hoy, Philippa Perry, en el libro que os resumo en esta ocasión. Centrándose en el desarrollo psicológico y emocional de los niños, en lugar de en llenar páginas con técnicas de disciplina o trucos para padres, Perry nos ofrece en su libro una visión refrescante de la práctica milenaria de los consejos para padres.
¡Pero cuidado, padres! Si deseáis beneficiaros de esta nueva perspectiva, deberéis prepararos para descartar varias suposiciones y analizar detenidamente vuestras acciones, y sus consecuencias.
Descubriremos que:
- ser padre soltero no daña necesariamente a un hijo;
- por qué un bebé que recibe mimos es un bebé sano; y
- lo que tu propia infancia puede enseñarte sobre la educación de tus hijos.
¿Preparados valientes para poneros ante el espejo? Pues, ¡adelante!
TIP: Aunque no tengas hijos, nadie es nuevo en esto de la educación, ya tenemos experiencia: la de nuestra propia infancia.
La primera cosa de la que debemos darnos cuenta, es de que nuestras reacciones como padres están íntimamente relacionadas con nuestra infancia.
Convertirse en padre es abrumador y puede hacernos sentir completamente inexpertos e incluso ineptos en determinadas ocasiones, un poco como si hubiéramos emprendido un trabajo de alto vuelo para el cual no estamos completamente cualificados. Pero resulta que ese no es el caso: Todos los nuevos padres poseen una gran cantidad de experiencia personal en el campo de la educación, que procede de su propia infancia, de cómo vivieron ellos este proceso como niños.
Para comprender los patrones de comportamiento de nuestro hijo, debemos observar más de cerca la mayor influencia en su vida: nosotros mismos. Somos su primer y más influyente modelo a seguir, por lo que debemos entendernos a nosotros mismos antes de poder entender a nuestros hijos.
Y si hay algo que afecta negativamente a las relaciones entre padres e hijos más que cualquier otra cosa, son nuestras propias experiencias como niños. Las asociaciones que formamos en este período poseen un gran impacto en nuestras reacciones emocionales, así como en el estilo de educación que desarrollaremos.
Veamos el caso de Óscar, uno de los pacientes de la autora. Óscar descubrió que cada vez que su hijo de 18 meses dejaba la comida sin acabar, o la tiraba al suelo, sentía que la ira se desencadenaba en su interior. Tras indagar un poco en su propia infancia con la ayuda de la autora, Óscar descubrió la razón de tal comportamiento automático: ese mismo comportamiento le habría valido un fuerte golpe en los nudillos, así como haber sido expulsado del comedor por sus propios padres. Óscar estaba dejando que las experiencias de su infancia interfirieran en su propio estilo de educación.
Afortunadamente, existe una forma de “desprogramar” estos patrones aprendidos de reacción negativa.
Sin embargo, para llegar allí, deberás repasar tu propia infancia y examinar los eventos positivos y negativos que dominan en tu memoria. Piensa en tus reacciones emocionales: ¿cómo te sentiste acerca de la forma en que te trataron entonces, y cómo te sientes ahora? Disponer de una comprensión profunda de estas experiencias infantiles, así como de sus consecuencias emocionales, es una de las herramientas más efectivas para la educación compasiva.
TIP: Cada vez que surja en ti una emoción negativa respecto a algún aspecto de la educación de tus hijos, utilízalo como señal de alarma: toca revisar tu propia infancia.
A la hora de educar a tus hijos, debes utilizar la aparición en ti mismo de estas emociones cargadas negativamente, como una señal de advertencia. Los padres a menudo reaccionan con ira o frustración ante incidentes específicos, porque el cerebro nos protege inconscientemente de los sentimientos de añoranza, celos o humillación que sentimos en situaciones similares cuando éramos niños.
Al usar la ira o la frustración como señales de que necesitamos investigar nuestra infancia, podemos comenzar a trabajar para deshacernos de esas reacciones exageradamente negativas y, en cambio, empatizar con nuestro hijo. En última instancia, podemos convertirnos en los padres considerados que queremos ser.
TIP: Piensa en tu hijo como en un árbol: necesita un entorno óptimo para crecer y alcanzar todo su potencial.
Por otro lado, tu hijo necesita un entorno óptimo para prosperar. Piensa en un árbol: Si deseas que crezca, debes proporcionarle espacio abierto, suelo fértil, sol y agua. Y si al suelo le faltan nutrientes, o no recibe suficiente agua y luz, tu árbol seguirá creciendo, pero no alcanzará la altura que podría haber alcanzado. Lo mismo es cierto para tus hijos: si no tienen un entorno óptimo, su crecimiento se verá atrofiado.
Y una buena noticia es que un ambiente óptimo no está necesariamente vinculado a una estructura familiar en particular.
Esto significa que hay poca diferencia para un niño, si es educado en una familia nuclear, o si lo es en familias de padres separados. Por ejemplo, más del 25% de los niños en el Reino Unido se educan en hogares monoparentales, y diversas investigaciones muestran que esto tiene poco impacto en el desarrollo emocional o en el rendimiento escolar de un niño, una vez que se toman en cuenta aspectos como la situación financiera del hogar y la educación de los padres.
TIP: Un entorno óptimo no es algo difícil de conseguir: depende principalmente de la calidad de las relaciones que se establecen entre las personas con las que tu hijo crece, y no tanto de una estructura familiar particular (padres juntos o separados, por ejemplo).
Entonces, si la estructura familiar no determina un ambiente óptimo, ¿qué lo hace?
Bueno, el entorno óptimo es un concepto mucho más flexible de lo que parece. Simplemente se refiere a la calidad de las relaciones que se establecen con las personas con las que el niño crece. La más importante de estas relaciones es la que se establece entre las personas con las que el niño comparte su hogar, junto con un pequeño círculo de relaciones cercanas que rodean a cada padre, y que pueden incluir a los abuelos, hermanos, primos y amigos cercanos.
TIP: Si estáis separados, es vital para el bienestar de vuestros hijos que no critiquéis ni habléis negativamente de su padre/madre frente a él.
Asegúrate, en primer lugar, de que estas relaciones sean sólidas, íntimas y gratificantes, ya que influyen en cómo se sienten los niños acerca de sí mismos, y en cómo interactúan con los demás y, por lo tanto, son cruciales para la salud mental y emocional de tu hijo.
Por eso es tan importante que los padres solteros mantengan una relación civilizada con la expareja padre o madre, de su hijo, sin importar cuán difícil pueda resultar. Se debe también hablar de ellos a nuestros hijos de manera positiva, y enfatizando sus puntos buenos, no por tu bien ni por el de tu expareja (aunque también), sino sobre todo por el bien de tu hijo. Después de todo, los niños sienten que su identidad está ligada a ambos padres: menosprecia a tu pareja en la educación, e indirectamente estarás menospreciando a una parte de tu hijo y así lo sentirá él.
Las discusiones malsanas o las malas palabras acerca de alguien muy importante en la vida de tu hijo, pueden hacer que se sienta cohibido, incluso deprimido, pudiendo llegar a ocasionar sentimientos de culpabilidad cuando el niño asume, erróneamente, que él es el motivo de la pelea o el disgusto entre sus padres.
Resulta muy importante también evitar peleas venenosas donde el objetivo es «ganar». En su lugar, aporta cada posible argumento con el objetivo de resolver el conflicto, incluso si el desacuerdo persiste al final. Las discusiones saludables comienzan comunicando tus sentimientos a tu pareja, reconociendo los suyos propios, y trabajando en el problema conjuntamente de forma constructiva.
TIP: Validar los sentimientos de tu hijo es más saludable y productivo que luchar contra ellos.
Los niños pueden resultar frustrantes en ocasiones. Son muy emocionales, en gran parte porque aún no tienen la capacidad de razonamiento lógico: necesitan desarrollar y fortalecer tal capacidad a medida que crecen.
Cuando nuestros hijos se ponen histéricos por un problema que los adultos sabemos que es una trivialidad (como no tener ese helado que tanto quieren tras la cena), nuestro primer instinto es discutir en contra de sus sentimientos o reprimirlos. Pero ese es el enfoque equivocado.
Ello se debe en parte, a que existe un deseo universal en todos los seres humanos, por sentirse entendidos y porque se reconozcan sus sentimientos. Y si negamos los sentimientos de un niño, incluso aquellos que pudieran parecernos tonterías, no desaparecen. Los niños simplemente aprenden a reprimirlos, y ése es un hábito extremadamente dañino.
Imagina que a tu hijo de 10 años le ha dado una rabieta por visitar a la abuela debido a la sopa de verduras «repugnante» que siempre prepara… Tu primera reacción podría ser decir: “Vamos a cenar a casa de la abuela, deberías estar agradecido y eso es todo”. Pero esto solo le enseñará al niño, que sus sentimientos «repugnantes» no son válidos.
¿Qué sucede si, la próxima semana, durante su clase de piano, tu hijo toca muy mal la pieza en la que está trabajando…? Eso también le puede hace sentir “repugnante”. En tu mente adulta, existe un abismo de significado entre estos dos sucesos, pero la mente de un niño funciona de forma diferente. Para ella, ambos sentimientos son simplemente «repugnantes», y aprenderá a reprimir esta sensación por temor a no ser aceptado.
Existe una forma más saludable de lidiar con los sentimientos de nuestros hijos.
En lugar de luchar contra ellos o negar su importancia, debemos reconocerlos y validarlos constantemente. Esto no significa ser «suave» y ceder a la demanda de helado, significa hacerles saber a nuestros hijos que somos conscientes de sus sentimientos. Puede tratarse de un simple reconocimiento, como, «Estás molesto porque realmente quieres ese helado, ¿verdad?».
Tomemos el caso de David y su hija de cuatro años, Marta. David buscó ayuda dada la tendencia de Marta a ser extremadamente inflexible y a enfadarse cuando las cosas se desviaban de su rutina estándar. Cuando no podía sentarse en su asiento del coche, por ejemplo, tenía una rabieta, con David tratando de discutir y de persuadirla para que se sentara en un asiento diferente.
Un día, la prima de Marta, María, se sentó en el asiento de coche de Marta. Marta comenzó a llorar, pero enseguida David se agachó ligeramente para poner los ojos al nivel de los de Marta, y poder así tener un contacto visual directo con su hija, y, mirándola a los ojos, le dijo: “Es muy difícil para ti ver a María en tu asiento ¿verdad?. Realmente quieres sentarte allí, ¿no?”. Inmediatamente el llanto de Marta disminuyó, y David le prometió que la próxima vez podría sentarse allí. Casi de inmediato, Marta se pasó al nuevo asiento, se abrochó el cinturón y comenzó a charlar con sus primos. ¡Crisis evitada!
TIP: Los bebés necesitan la oportunidad de formar un apego profundo y seguro con las personas que les satisfacen sus necesidades. Dejar llorar a un bebé no es bueno para ellos.
Los recién nacidos se encuentran en una etapa de desarrollo que es quizá una de las más difíciles de criar. Estas personitas están indefensas y dependen totalmente de nosotros para todo: apoyo, refugio y sustento. Y debemos proveer de todo ello con el hándicap además, de que ellos no pueden comunicarnos directamente lo que necesitan.
Debido a esta ultra dependencia, los bebés están programados para formar vínculos con los demás. Un recién nacido está inmerso en un mundo confuso, al principio, en el que cada experiencia es nueva y está llena de cosas extrañas. Se protegen formando vínculos muy profundos con las únicas constantes en un mundo cambiante: las personas que se preocupan por sus necesidades.
Y para asegurarnos de darles a nuestros bebés el comienzo más reconfortante en la vida, necesitamos desarrollar un estilo de apego seguro con ellos. Esto significa satisfacer constantemente las necesidades emocionales y materiales del bebé, por ejemplo, no dejar que llore demasiado si pide comida o cercanía física. Si podemos lograr esto con regularidad, es más probable que los bebés crezcan optimistas, sociables y confiados en otras personas.
Satisfacer de inmediato las necesidades de tu bebé puede parecer al principio indeseable, hasta hacernos pensar que le estamos mimando demasiado, pero numerosos estudios demuestran que esto es en realidad bueno: estamos permitiendo que nuestro bebé construya esos vínculos profundos que serán su constante en un mundo desconocido y cambiante, permitiendo que pueda calmarse y sentirse seguro, y que no desarrolle ansiedad ante ese mundo extraño y cambiante al que acaba de llegar, y que deberá ir conociendo sintiéndose seguro.
Esta fase puede ser especialmente agotadora para el cuidador principal, pero pasa pronto cuando el bebé desarrolla la capacidad denominada de “permanencia del objeto”: La permanencia del objeto es la capacidad de saber que algo existe incluso cuando no podemos verlo. Esto suena simple para nosotros, los adultos, con nuestras memorias altamente desarrolladas y facultades de razonamiento lógico, pero no es tan sencillo para un bebé. Para ellos, todo su mundo está comprimido en su campo de visión y, cuando algo desaparece de él, deja de existir. Con el tiempo, el bebé desarrolla esta capacidad de permanencia de los objetos, y entonces cuidarlos se vuelve más fácil, ya que saben que si no te ven, estás ahí igualmente y puedes volver.
El hecho de que, finalmente como individuos y como sociedad, nos estemos dando cuenta de la importancia de la salud mental, es un gran paso, incluso si hemos tenido que llegar a un punto crítico para hacerlo.
La salud mental de un niño es incluso más importante que la de un adulto porque es más impresionable y menos resistente. Más incluso, si tenemos en cuenta que prepara el escenario para su salud mental más adelante en la vida. Afortunadamente, hay algunas cosas que podemos hacer por nuestros hijos para darles la mejor oportunidad de llevar una vida psicológicamente saludable.
TIP: Enseña a tus hijos a escuchar activamente: no sólo escuchar, sino hacerlo con atención, interés, curiosidad y empatía por querer entender y comprender lo que el otro está diciendo, y por qué lo está diciendo.
Cuando hablamos con alguien, a menudo pensamos que estamos escuchando, cuando en realidad, lo que estamos haciendo es esperar la oportunidad de hablar, de modo que en realidad estamos más ocupados pensando nuestra respuesta que en procurar entender lo que nos dicen. Pero escuchar activamente, de forma comprometida, significa en cambio, tratar de comprender o sentir lo que la otra persona está intentando transmitirnos. Hacer esto con nuestros hijos nos ayudará a formar un vínculo profundo y amoroso con ellos, y es algo que podemos implementar de por vida.
TIP: Controla la electrónica: no dejes que ella te controle a ti.
La adicción a los smartphones y a sus aplicaciones es un problema real y serio en la sociedad actual, y el hecho de permanecer pegados a nuestros teléfonos inteligentes puede afectar negativamente al bienestar de tus hijos: No solo nos quita un valioso tiempo de contacto con ellos, sino que también puede llenar a nuestros hijos de una sensación de alienación e incluso convertirlos también a ellos en adictos.
En lugar de estar pegados a nuestros móviles, deberíamos brindarles a nuestros hijos toda la atención que necesitan.
Cuando un niño siente que no está siendo visto o escuchado, se comportará llamando nuestra atención, lo cual como adultos interpretaremos como una molestia. Pero si invertimos tiempo en responder con sensibilidad a sus sentimientos en primer lugar, podemos crear una situación en la que el niño no sienta la necesidad de tirar los juguetes por todas partes para obtener nuestra atención.
TIP: No subestimes ni obstruyas nunca el poder del juego.
Cuando los niños juegan, en realidad están trabajando. Lo que nos parece algo simple, como una niña que organiza una fiesta de té para sus muñecas, es en realidad un proceso complejo en el que la niña está usando la imaginación para construir una historia, dar sentido al mundo que la rodea, y desarrollar la empatía poniéndose en varios papeles a la vez.
Siempre que sea posible, fomenta este juego mostrando un interés entusiasta en lo que está haciendo. Este tipo de exploración mental y emocional despertará su curiosidad sobre el mundo que le rodea y le ayudará a relacionarse con el entorno más amplio.
TIP: Enmarcar el conflicto entre padres e hijos como una batalla de fuerza de voluntad es una batalla perdida.
¿Cuántos de nosotros fuimos criados por padres que veían la educación infantil como una batalla de voluntades? Cada rabieta, deseo o conflicto era interpretado de manera combativa, enfrentando nuestra voluntad contra la de nuestros cuidadores.
Pero hay una mejor manera de entender estas situaciones.
Cuando Elena, la hija de la autora, tenía tres años, decidió que quería ir caminando a las tiendas con su madre en lugar de permanecer sentada en su cochecito. Al regresar a casa, Elena se detuvo y se sentó en la acera. El primer instinto de la autora fue frustrarse, porque quería llegar rápido a casa: tenía muchas cosas que hacer…Pero se calmó, restó importancia al hecho de cuándo llegarían a casa, y decidió darle importancia a la exploración que estaba realizando en ese momento su hija: estaba observando una fila de hormigas que se había formado en el suelo. Así es que cuando Elena terminó de observar las hormigas, retomaron el camino a casa.
Al reflexionar, la autora se dio cuenta de que había otros factores en juego que se le habían pasado por alto: Elena no estaba acostumbrada a caminar tanto tiempo y necesitaba descansar. También podría haberse sentido abrumada por las imágenes y los sonidos en la bulliciosa calle.
TIP: Dado que somos los modelos para nuestros hijos, es mejor incorporarte a ti mismo aquéllo que les quieras enseñar a ellos, para que lo vean en tu práctica, más que intentar imponérselo porque sí.
Todo el mundo necesita cuatro habilidades básicas para comportarse adecuadamente. Y deberíamos centrarnos en adoptarlas nosotros mismos en lugar de imponerlas a nuestros hijos. Somos sus modelos a seguir más importantes, así es que aprenderán de nuestro ejemplo.
La primera habilidad es tolerar la frustración. En el caso de Elena, por ejemplo, la autora logró tolerar su frustración ante el tiempo que se estaba tomando su hija, y eso le permitió manejar la situación con más visión y calma.
La segunda habilidad es la flexibilidad, es decir, ser capaz de adaptarse bien a los cambios de circunstancias, y no permitir que nuestros propios deseos nublen nuestro juicio. La autora se las arregló para ser flexible en ese momento, complaciendo a Elena y posponiendo su propio deseo de llegar rápido a casa.
Tercero, necesitamos desarrollar nuestras habilidades para resolver problemas. Eso significa idear formas de lidiar con conflictos potenciales antes de que se conviertan en crisis en toda regla. Y a veces, resolver un problema también puede significar no crear uno, como simplemente en el caso de Elena, dejar que la niña descanse y evitar así conflictos innecesarios.
La empatía es la habilidad final necesaria para las interacciones sociales saludables. La capacidad de ver y sentir las cosas desde la perspectiva de otra persona, es una de las capacidades cognitivas más poderosas de nuestra especie. En nuestro ejemplo, el ver la situación desde el punto de vista de Elena, permitió a la autora limitar su propia frustración y tomar una decisión más acertada.
Si podemos desarrollar estas habilidades en nosotros mismos y actuar como modelos a seguir para nuestros hijos, podremos darles la mejor oportunidad de convertirse en adultos sanos y funcionales, algo que nos agradecerán toda su vida.
Resumen final
Con demasiada frecuencia, el proceso de educación de los hijos se vive como una lucha entre dos fuerzas opuestas, más que como una relación que debe construirse y cuidarse. El motivo a menudo se reduce a la propia infancia de los padres. Debemos examinar nuestro pasado con cuidado, estando atentos a los sentimientos reveladores de tensión o frustración que experimentamos, para evitar repetir los mismos errores. Tengamos en cuenta además que un padre solo puede controlar realmente sus propias decisiones y acciones, y debemos, por tanto, centrar nuestra atención en modificar estas, en lugar de en modificar directamente el comportamiento de nuestro hijo: siempre será más efectivo que nuestros hijos aprendan lo que queremos que aprenda, si lo ven en nuestra práctica diaria, en lugar de dárselo como una imposición.
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