
13 Cosas que los padres mentalmente fuertes no hacen

¿Qué hay aquí para mí? Potencia tu propia fuerza mental para educar a unos hijos que estarán listos para asumir los desafíos de la vida.
Frederick Douglass dijo una vez: “Es más fácil formar niños fuertes que reparar hombres rotos”.
Así es que mientras tus hijos están bajo tu techo, quizá convenga realizarse la pregunta ¿cómo puedes asegurarte de que les estás enseñando las habilidades y los valores más apropiados? ¿Qué es lo que más necesitan tus hijos para convertirse en adultos independientes, responsables y felices?
Todos los padres quieren que sus hijos tengan el mejor futuro posible. Pero es posible que te sorprenda saber que el desarrollo emocional y conductual positivo es tan integral para el éxito como el rendimiento académico.
Visitamos de nuevo a la autora del libro que resumimos hoy, Amy Morin. Amy argumenta también, que igual importante resulta saber qué hábitos poco saludables no enseñar a los niños. Como madre adoptiva y experta en terapia familiar, Amy descubrió a través de la experiencia, que los padres necesitan trabajar en sus propios comportamientos primero para educar a hijos mentalmente fuertes.
Los siguientes Tips están basados tanto en la investigación, como en los propios casos familiares de los clientes de la autora, y en ellos se muestran cómo algunas prácticas comunes de educación pueden ser perjudiciales para el crecimiento de tus hijos, y cómo sustituirlas en su lugar.
En estos Tips, aprenderás:
- por qué la culpa puede conducir a malas decisiones de educación
- cómo un “sándwich” de elogio-crítica constructiva-elogio puede motivar a tu hijo a dar más de sí; y
- cómo escribir una declaración de “misión familiar” que abarque tus valores.
¡Vamos a ello!
TIP: Los padres mentalmente fuertes promueven la responsabilidad y la perseverancia, y no una mentalidad de víctima.
Allá donde mires, encuentras consejos sobre cómo ayudar a tu hijo a mantenerse en buena forma física. Pero, ¿qué pasa con otros tipos importantes de fitness, como el bienestar mental o emocional?
Hay pocas cosas en la vida que beneficien tanto a una persona como aprender a ser mentalmente fuerte. Un niño mentalmente fuerte tiene más probabilidades de convertir los contratiempos en oportunidades, y de afrontar las dificultades que le plantee la vida sin sentir lástima por sí mismo.
¿Cuál es la mejor manera entonces, de educar a un niño mentalmente fuerte?
Practicando hábitos buenos y saludables tú mismo primero, lo que te permitirá transmitirlos a tus hijos debido a que ellos aprenden mucho observando a sus padres.
Por ejemplo, es natural querer defender a tu hijo cuando ha sido agraviado. La era de las redes sociales ha llevado a muchos padres a fomentar sentimientos de victimización en respuesta a cada desaire. Los padres mentalmente fuertes se niegan a hacer esto. Tú quieres que tu hijo esté capacitado para manejar los desafíos de la vida en lugar de verse siempre a sí mismo como una víctima de las circunstancias.
Veamos el ejemplo de Cody, un niño de 14 años a quien le recetaron medicamentos para tratar su TDAH (Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad). Sus maestros informaron a sus padres de que, como resultado de la medicación, Cody estaba más tranquilo y más atento en las clases, pero sus calificaciones no mejoraron. ¿La respuesta de sus padres? Exigir que se le asignara menos trabajo que a sus compañeros.
Sin embargo, la carga de trabajo de Cody no era el problema. Había desarrollado lo que los investigadores llaman “indefensión aprendida”: creía que su TDAH lo hacía fundamentalmente incapaz, y sus padres habían reforzado tal idea. Una vez que comenzaron a tratarlo como si estuviera equipado para manejar sus responsabilidades, comenzó a esforzarse y sus calificaciones mejoraron.
TIP: Haz que tu hijo sea responsable de sus propias acciones y déjalo afrontar las consecuencias derivadas de ellas. Déjale solucionar sus propios problemas. Asígnale también tareas en casa para que se sienta parte de un equipo: tu familia.
Los padres mentalmente fuertes tampoco dejan que sus hijos eviten la responsabilidad. En lugar de dejar que tu hijo culpe a otros por sus problemas, hazlo responsable y déjalo afrontar las consecuencias de sus acciones. Si no lo hace, ¿cómo se supone que aprenderá a lidiar con las inevitables injusticias que encontrará a lo largo de su vida?
También puedes ayudar a tu hijo en casa: asígnale responsabilidades domésticas. Las investigaciones muestran que los niños que desempeñan tareas domésticas desde una edad temprana llegan a ser adultos más exitosos, empáticos y autosuficientes.
Además, para empoderar verdaderamente a tus hijos, es importante establecer una jerarquía clara en el hogar. Esto significa establecer términos sin dudar; cumplir con las consecuencias; ofrecer recompensas en lugar de sobornos; y presentar un frente unido con tu pareja.
Deja también que tu hijo se encargue de los problemas por sí mismo. Según el sociólogo Steven Horwitz, los niños necesitan practicar la resolución de conflictos por sí mismos durante el tiempo de juego no estructurado. Si siempre confían en que los adultos intervendrán, es más probable que culpen a los demás.
Finalmente, enseña a tu hijo a escoger “pensamientos verdaderos”, por encima de los denominados “pensamientos azules”. Los pensamientos azules son aquellos en los que culpas a los demás, buscas las malas noticias, o asumes lo peor de todas las probables posibilidades, es decir, son pensamientos exageradamente negativos. Los “pensamientos verdaderos”, por el contrario, implican aceptar la responsabilidad, señalar lo bueno y tomar medidas.
TIP: No te dejes llevar por tu sentimiento de culpa ni por tus propios miedos al educar a tus hijos.
Si alguna vez te ha preocupado no ser un buen padre, ¡no estás solo! Un sorprendente 94% de las madres encuestadas por BabyCenter reportan sentimientos de culpabilidad. Demasiada ansiedad por resultar ser un “mal padre” o madre, puede conducir a un gran error: tomar decisiones acerca de la educación teniendo la culpa como guía.
La culpa, por ejemplo, puede alentar a los padres a ceder ante las demandas de sus hijos, lo que les permite evitar sentirse culpables en el momento. Tomemos el caso de Joe: su hijo Micah padecía un gran sobrepeso y su pediatra le recomendó muy seriamente un cambio de alimentación. Si bien Joe se sintió culpable por permitir los hábitos alimenticios poco saludables de Micah, le resultó más difícil aún lidiar con la culpa más inmediata que sintió, cuando Micah rogó y lloró después de que le prohibieran la comida basura.
¿Cómo deben los padres manejar su culpa? En primer lugar, depende de si tal culpa está o no justificada. Si lo está, probablemente sea una señal de que debes cambiar tu comportamiento. Volviendo al caso de Joe, éste aprendió a tolerar la culpa a corto plazo que sentía al establecer límites en la dieta de Micah, sabiendo que el remordimiento a largo plazo que sentiría si dejaba que la salud de su hijo se deteriorara, sería mucho peor.
Pero si la culpa no está justificada, ¡no lo conviertas en una catástrofe! El hecho de que no puedas permitirte el lujo de comprarle a tu hijo el último par de bambas de deporte de moda o el último modelo de Smartphone, no significa que se convertirá en un inadaptado social. Y recuerda perdonarte a ti mismo: Eres un modelo a seguir para tu hijo, así es que no provoques que aprenda a autocondenarse a sí mismo viendo cómo lo haces tú.
Desafortunadamente, muchos padres tratan de combatir la culpa y la preocupación pasándose al otro extremo tóxico: el de dejarse llevar por un miedo. Conocemos ahora a April, una de las clientas de la autora, cuyo hermano se había ahogado cuando era niño. Cuando April tuvo sus propios hijos, los mantuvo alejados del agua a toda costa, lo que significó que nunca aprendieron a nadar. Un día, en la casa de un amigo, el hijo de 7 años de April se alejó y acabó en la piscina del vecino. El vecino lo rescató, pero April quedó traumatizada nuevamente. Finalmente, se dio cuenta de que, para garantizar verdaderamente la seguridad de sus hijos, necesitaba enseñarles a nadar y superar ese miedo propio de infancia.
TIP:No “mimes” en exceso a tus hijos dejando que se acomoden. Anímales, por el contrario, a salir de su zona de confort.
A medida que tus hijos crezcan y entren en la adolescencia, anímalos a salir de su zona de confort. No los mimes en exceso: déjalos que aprendan a confiar en sí mismos. Diversas investigaciones arrojan como resultado que una educación sobreprotectora resulta en un aumento de los denominados «niños boomerang»: veinteañeros que regresan a vivir con sus padres porque no están equipados para la transición a la vida adulta.
La lección aquí es que es mejor gastar tu energía enseñando a tus hijos las habilidades que necesitan para prosperar, en lugar de tratar de protegerlos del mundo exterior.
TIP: Establece límites estrictos para que tu hijo no piense que el mundo gira en torno a él o que posee poder sobre ti.
Muchos padres ponen a su hijo en el centro de su universo. Pero al hacerlo, sin darse cuenta, les están transmitiendo la idea de que él o ella son el centro de todo el universo.
Creer, por otro lado, que tu hijo es excepcional, puede también generar en él un “sentimiento de derecho”, es decir, una sensación de que conseguirá las cosas porque las merece “por derecho”, no porque trabaje para ellas. Esta actitud es muy peligrosa ya que provoca falta de empatía, insatisfacción perpetua y la creencia de que no debería tener que esforzarse mucho para obtener lo que quiere.
Hay muchas razones por las que un niño puede desarrollar un complejo de superioridad. Algunos padres simplemente se exceden, colmando a sus hijos de afecto para compensar en exceso alguna falta que consideran propia (como no estar lo suficientemente presentes en la vida de sus hijos, o querérselos “ganar” tras una separación de pareja, o a consecuencia de traumas derivados de la propia infancia de los padres…). Otros piensan que la atención extra puede ser una herramienta de ayuda contra las amenazas de acoso, los trastornos alimentarios o la presión ejercida por las redes sociales.
Veamos a Carol y Tom. Adoraban a su hija Brittany y le dieron todo lo que quería. Dejaron que Brittany decidiera a dónde iban y qué hacían. Pero cuando Carol y Tom descubrieron que Brittany era considerada una de las chicas “malas” en la escuela, se dieron cuenta de que habían cometido un error. Tenían la intención de enseñarle a su hija la importancia de ser amable con los demás, siendo ellos excesivamente amables y condescendientes con ella. Al final, contrariamente a sus intenciones, ella terminó siendo egocéntrica y carente de empatía.
TIP: Potencia la humildad, el agradecimiento, y los sentimientos de asombro y maravilla en tus hijos.
Si te preocupa el ego de tu hijo, es hora de que introduzcas la humildad. En lugar de elogiar sus resultados diciendo «¡Eres la corredora más rápida de la historia!» elogia su esfuerzo con algo como «¡Tu entrenamiento realmente valió la pena!» También puedes introducir la gratitud a través de un ritual diario, tal vez hacer que todos expongan, durante la cena, algo por lo que han estado agradecidos en el día de hoy.
Los sentimientos de asombro y maravilla, también pueden provocar un nuevo sentido de perspectiva y de humildad. Investigadores de la Universidad de Berkeley en California, descubrieron que brindarles a tus hijos la oportunidad de experimentar el asombro, como presenciar una maravilla natural o visitar una exposición de dinosaurios, les recuerda que están en presencia de algo más grande que ellos mismos.
TIP: No esperes la perfección ni critiques demasiado. En su lugar, aporta tus comentarios en forma de “sándwich” de elogio-crítica constructiva-elogio.
¿Has escuchado alguna vez la frase hecha: «Un diamante es un trozo de carbón que se formó bajo presión?». Muchos padres que esperan la perfección, ven a sus hijos como una extensión de sí mismos. Esperan que, al empujar a sus hijos a tener éxito donde ellos fallaron, puedan sanar sus propias heridas.
Pero hacer esto puede conllevar un efecto perjudicial en la salud mental de tu hijo: puedes estar contribuyendo a que la creencia de que los demás no lo amarán si comete un error. Y en situaciones extremas y muy radicales, ello puede tener consecuencias mortales: un estudio de 2013 publicado en “Archives of Suicide Research” reveló que el 70% de los niños de 12 a 25 años que se suicidaron, se habían puesto una cantidad excesiva de presión sobre sí mismos.
Es evidente que acumular presión no es saludable. ¿Qué puedes hacer en su lugar? Anima a tu hijo a luchar por la excelencia, no por la perfección. No critiques demasiado. En su lugar, da tus comentarios en forma de “sándwich de elogio-crítica constructiva-elogio”. Algo como, ¡“Buen trabajo ordenando tu cuarto! He visto que no has doblado las camisetas antes de guardarlas, pero has hecho muy bien la cama!”.
TIP: Enseña a tu hijo que cometer errores es normal contándole los errores que tú mismo has cometido. Enséñale también a aprender de ellos.
La excesiva presión por el perfeccionismo puede conllevar, además, que tus hijos no aprendan a recuperarse de los errores.
Las consecuencias a largo plazo de ello pueden ser mucho peores que los propios errores. La incapacidad para reconocer y lidiar con los fallos puede generar dificultades en la transición a la edad adulta, incomodidad a la hora de tomar decisiones y problemas para atender las necesidades emocionales y físicas. Los niños con este exceso de presión por la perfección, tienen más probabilidades de desarrollar depresión, tomar medicamentos psiquiátricos o drogas recreativas y desarrollar problemas de salud física.
Ayuda en cambio a tu hijo, a aprender y crecer a partir de sus errores, enseñándole que lo que importa es cómo superamos los problemas. Comparte historias de cómo te equivocaste tú mismo y aprendiste de ese error, para mostrarle que todos estamos en constante progreso y aprendizaje. Por ejemplo, “Pensé que el mundo a mi alrededor se vendría abajo si no ganaba el concurso de dibujo. Pero al final, seguí pintando y mejoré”.
TIP: No protejas a tu hijo del dolor: enséñale a “verlo” (sentirlo) para que no lo niegue; a calmarse; y a reflexionar para dar los siguientes pasos tras él.
Cuando Julie y Michael, dos de los clientes de terapia familiar de la autora, se divorciaron, les preocupaba que sería demasiado difícil manejar la nueva situación para sus hijos. Durante años, se aseguraron de que no cambiara mucho la vida cotidiana de sus hijos a pesar de la separación. Por ejemplo, Michael iba a cenar a casa todos los domingos y todos los días festivos.
Pero cuando finalmente Julie quiso compartir su vida con una nueva pareja, se dio cuenta de que había estado prolongando lo inevitable. Aunque quería una ruptura limpia con Michael, había mantenido las cosas en el limbo por el bien de sus hijos.
Es totalmente natural querer proteger a tus hijos de la incomodidad, especialmente si ya han sufrido algún trauma o dificultad en sus vidas. Pero no dejar que experimenten dolor envía el mensaje de que son frágiles. Cuando aprenden a lidiar con el estrés de la vida, como la separación de los padres, desarrollan la autoestima y la capacidad para soportar cualquier cosa: se dan cuenta de que son capaces, competentes y resistentes.
Por contra, los niños que nunca aprenden a manejar el dolor pueden convertirse en adultos que pasan toda su vida tratando de evitarlo mediante mecanismos poco saludables.
Si bien Julie pensó que estaba haciendo lo correcto al mantener la unidad familiar más o menos intacta, en realidad necesitaba establecer límites con su exmarido, y dejar de proteger a sus hijos del dolor de la separación.
Cuando se percató de su error, dejó de invitar a su ex a la cena de los domingos y no lo invitó a pasar las vacaciones juntos. Sus hijos estaban comprensiblemente dolidos, pero aprendieron.
Cuando reconoces y lidias con el dolor, en lugar de minimizarlo o negarlo, tus sentidos se intensifican y te haces más capaz de reconocer el placer por contraste. También te vuelves más empático y comprensivo con el mundo que te rodea, lo que te facilita relacionarte con las personas y establecer lazos sociales.
Finalmente, el dolor capta tu atención y te hace muy consciente de lo que está sucediendo en el momento presente, brindándote una valiosa percepción y la capacidad para estar presente.
TIP: No impidas que tus hijos experimenten todo el espectro de las emociones humanas.
Muchos padres se sienten incómodos con las demostraciones abiertas de sentimientos negativos. Pueden cambiar de tema o tratar de animar y divertir a sus hijos, en lugar de dejar que experimenten tristeza o dolor.
Pero cuando están aprendiendo a manejar emociones difíciles, los niños necesitan validación y apoyo, no distracción. Si no pueden tolerar sentirse tristes, estarán menos dispuestos a correr riesgos más adelante en su vida, por miedo al fracaso o al rechazo.
Deja pues que tu hijo desarrolle sus “músculos mentales y emocionales” experimentando plenamente una amplia gama de emociones. Después de todo, no podrás evitar el aburrimiento, la culpa, la decepción o la frustración durante toda su vida.
Puedes entrenarlo sobre cómo lidiar con sus emociones desde el principio. Ser capaz de resolver desafíos sin agresión, manipulación o pérdida de ganas y desmotivación.
Según investigadores de la Universidad de Pensilvania, los niños que exhiben más habilidades sociales, como llevarse bien con los demás y compartir, desde tan sólo ya los 5 años, poseen más probabilidades de terminar la universidad y encontrar un trabajo de jornada completa a los 25 años. Por contra, los niños que a esa temprana edad luchan contra estas habilidades, poseen menos probabilidades de terminar la escuela y corren más riesgo de caer en el abuso de sustancias adictivas.
TIP: Habla sobre tus sentimientos y pídale a tus hijos que hablen acerca de los suyos propios.
¿Cómo puedes introducir el concepto de inteligencia emocional en tu familia? Intenta hablar sobre tus propios sentimientos y pídale a tus hijos que hablen acerca de los suyos propios. Para construir un vocabulario emocional, anímalo a describir lo que él o ella siente, en lugar de identificar simplemente la acción específica que provocó la respuesta emocional. Por ejemplo, «¡Fui un idiotal!» podría convertirse en «Estoy avergonzado». Evita usar clichés como “Tenía mariposas en el estómago”. En su lugar, utiliza palabras de sentimientos específicos, como «nervioso», para ayudar a tu hijo a identificar sus emociones y asumir la responsabilidad sobre ellas.
Si bien está bien sentirse molesto para experimentar y aprender, dentro de unos límites saludables, no conviene estancarse allí: una vez la emoción está identificada y sentida, hay que avanzar. Lo cual es especialmente importante en el caso de las emociones negativas.
Puedes enseñar a tu hijo a cambiar el estado de ánimo para que no termine sintiéndose atrapado en sus emociones negativas. Esto promoverá la autoconciencia, un aspecto esencial del manejo de las emociones. Para “salir” de la emoción negativa, pídale, por ejemplo, que escriba una lista de cosas que lo hacen sentir feliz, como salir a caminar o jugar con el perro. Esto le ayudará a darse cuenta de que puede “encender” y “apagar” sus emociones, de que tiene control sobre ellas en lugar de ellas sobre él. Juntos, podéis pensar en formas saludables para que tu hijo retome el control de su propio estado de ánimo, se calme o se anime.
TIP: Evita utilizar el castigo severo.
Educar a tus hijos requiere mucha energía. Cuando estás bajo mínimos tras un largo día de trabajo, con pocas reservas energéticas, puedes tener la tentación de recurrir a las medidas más fáciles y rápidas para que tu hijo se comporte, como gritar, castigar o avergonzar.
Si bien ello facilita que tengas lo que tú como padre necesitas en ese específico momento (tranquilidad), existen consecuencias graves a largo plazo para tu hijo derivadas de este comportamiento. Se ha demostrado que los castigos severos contribuyen a aumentar la agresión, los problemas de comportamiento y los problemas de salud mental. Y los niños a los que se les grita o humilla públicamente se convierten en mentirosos sofisticados y malos tomadores de decisiones.
Todos estos métodos duros tienen algo en común: se centran en los errores de tu hijo. La disciplina sana, por otro lado, se enfoca en aprender y mejorar. Se trata de enseñar a tus hijos a no evadir la responsabilidad y las consecuencias, sino a aprender para no repetir el mal comportamiento y perseverar hacia una recompensa.
Utiliza ejemplos claros de figuras de autoridad positivas. Trata de escribir descripciones de los mejores jefes que hayas tenido, enfocándote exactamente en lo que los hizo tan buenos líderes, por ejemplo, el hecho de que tenían expectativas claras y que sabían motivar a su equipo. Luego aplica estas cualidades en la educación de tus hijos. Las expectativas claras pueden traducirse en reglas consistentes y consecuencias lógicas. Y un sistema de recompensas, igualmente claro y específico también puede ayudar.
TIP: No caigas en las soluciones rápidas pare evitar los problemas. Evita la recompensa inmediata y ofrece mejor un premio tras un esfuerzo continuado.
Otra cosa que hacen los padres mentalmente fuertes es evitar soluciones rápidas. ¿Alguna vez tomas atajos relacionados con problemas, como ceder cuando tu hijo se queja o grita; o limpiar su habitación desordenada cuando él se niega a hacerlo? ¿O usas atajos relacionados con las emociones para aliviar temporalmente el estrés, como llevar a la familia al parque para posponer la discusión sobre el problema?
Desafortunadamente, ambas tácticas le enseñan a tu hijo a tomar atajos cuando se enfrenta a circunstancias difíciles.
En cambio, muéstrale a tus hijos la importancia de la persistencia. Ayúdales a establecer metas, por ejemplo, leer una cierta cantidad de libros durante las vacaciones de verano. Según los investigadores de Stanford, los niños con el autocontrol suficiente como para posponer una recompensa y esperarla tras el trabajo en lugar de recibir una pequeña de inmediato, tuvieron mejores resultados más adelante en la vida, como un mejor rendimiento escolar, menor probabilidad de obesidad, o disminución en el consumo de drogas 30 años después.
Por supuesto, las políticas de disciplina saludable representan un trabajo más duro que los castigos. Así que date tiempo para recargar las pilas (haciendo ejercicio, saliendo con amigos…): el estar relajado te aportará la energía que necesitas para seguir tomando las mejores decisiones para ti y para tus hijos.
TIP: Asegúrate de que tus acciones están en coherencia con tus valores. Redactad entre todos una “Declaración de Valores de la Familia” y colgadla con orgullo en vuestra casa.
Como padre, es fácil quedar atrapado en la diversidad de asuntos apremiantes que coinciden en un momento dado. Pero lo último que hacen los padres mentalmente fuertes es alejarse y perder la vista del panorama general: ¿Está aprendiendo tu hijo las lecciones de vida correctas?
Tomemos como ejemplo a Kyle, de 15 años, un estudiante sobresaliente. Cuando le pillaron haciendo trampa durante un examen y lo expulsaron de un programa especial de la universidad, sus padres no entendieron qué había salido mal. Al fin y al cabo, era un estudiante excelente.
Pero Kyle creía que sus padres valoraban los logros académicos por encima de todo. Estaban constantemente hablando de aplicar a las mejores universidades del país, y alardeando de los éxitos académicos de su hijo ante amigos y familiares. Ello propició que Kyle pensara que priorizaban la reputación y las calificaciones, por encima de la honestidad. Durante las sesiones de terapia, sus padres admitieron que sus valores se habían mezclado: habían enviado el mensaje de que el fracaso debía evitarse a toda costa. Kyle, en lugar de admitir que no podía manejar la carga de trabajo, optó por hacer trampa.
Los padres de Kyle aprendieron a dar un paso atrás y considerar cómo podrían alinear su comportamiento con los valores que esperaban enseñar. Después de todo, los niños aprenden los valores más por lo que hacemos los padres, que por lo que decimos.
Por ejemplo, aprender a ser amable y generoso: según una encuesta de la Universidad de Harvard de 2014, la mayoría de los padres dicen que ésa es su máxima prioridad para sus hijos. Sin embargo, eso no es lo que descubren los adolescentes: El 80% cree que sus padres priorizan el logro sobre la amabilidad.
Evidentemente, no puedes inculcar valores, ni ponerlos en práctica, hasta que no hayas aclarado cuáles son los tuyos o los de tu unidad familiar.
Una forma de especificar estos valores es creando una “declaración de misión familiar”, al estilo de las declaraciones de valores que muchas escuelas poseen: una declaración en la que se establecen los valores que rigen la escuela, o, en este caso, la unidad familiar.
Comienza reuniendo a los adultos del hogar para discutir los valores que deseáis que aprendan vuestros hijos. Luego, organiza una reunión familiar para hacer preguntas como «¿Qué nos hace una familia?» y “¿Qué tipo de cosas podemos lograr como familia?”
Con la contribución de todos, elabora una breve declaración que capture lo que es más importante para tu familia. Cuelga la declaración de la misión familiar en algún lugar destacado.
Hecha la teoría, ahora toca la práctica: enseña también esos valores mediante ejemplos prácticos, desde una edad temprana, antes incluso de la etapa escolar. Di por ejemplo, “Estoy haciendo sopa para la vecina porque está enferma y es importante hacer cosas amables por las personas”. De esta manera, tus hijos lo aprenderán mentalmente. Las personas fuertes usan lo que tienen, cualquier cosa que esté a su alcance, por humilde que sea, para tratar de hacer del mundo un lugar mejor.
Resumen Final:
La educación de los hijos no es un paseo por el parque, pero si estás preparado para trabajar en tus propios hábitos, serás un modelo a seguir y una influencia positiva para tus hijos. Mantente atento a tus propias motivaciones vitales y valores; trata de no ser padre por miedo, enviar mensajes contradictorios sobre lo que más importa o tomar atajos. No puedes proteger a tu hijo de todas las dificultades, pero puedes actuar como guía a medida que tu hijo las vaya encontrando en el camino, ayudándole a identificar, experimentar y gestionar el amplio espectro de las emociones humanas.
TIP ADICIONAL: Enseña a tus hijos a “cambiar de canal”.
La próxima vez que tu hijo se sienta ansioso, tras ayudarle a identificar y a experimentar durante un breve tiempo de forma sana esta emoción, pídele que piense en osos blancos durante 30 segundos. Luego pídele que piense en cualquier cosa menos en osos blancos durante 30 segundos. La mayoría de los niños dirán que los osos blancos seguían apareciendo en sus pensamientos. Luego, dale a tu hijo una tarea simple que requiera toda su atención, como clasificar una baraja de cartas por palo en 30 segundos. Cuando haya terminado, pregúntale si pensó en los osos blancos. La respuesta probablemente será «no».
Esto ayudará a mostrarle a tu hijo que puede cambiar su comportamiento, puede cambiar sus pensamientos. Ayúdalo a pensar en otras formas saludables de «cambiar el canal» en el futuro, como jugar al baloncesto o cocinar muffins. Se trata de que sepa que está en control de sus emociones y pensamientos, y que puede enfocarse en otras cosas para desactivarlos cuando quiera.
¿Quieres profundizar más?
Amy Morin, «13 Cosas que los padres mentalmente fuertes no hacen»